El sociólogo Emilio Tenti Fanfani suele decir que el docente es el unico profesional que comienza su formación con al menos 15 de experiencia previa. Yo no soy docente, pero nací a fines de los 80 cuando la escolaridad estaba en su auge iniciando a los 3 años de edad.
Antes de saber relacionarme ya estaba pisando un espacio educativo. Desde que tengo memoria mi identidad está asociada o interferida por la escuela. Lo que se esperaba de mi en ese espacio, la proyección o deseo de mis padres, lo que las maestras opinaban de mi.
Según me cuentan al comienzo fue muy dificil que me quisiera quedar en el jardín de niños, hasta que finalmente lo logré o hicieron que lo lograra. Mi padre recuerda que la maestra le había hecho saber que yo era un lider positivo para mis compañeros, y desde entonces me convencí a mi mismo de que era cierto e hice lo posible por mantener ese rol.
Durante muchos años mis problemas surgieron principalmente de la represión de los impulsos por querer adecuarme al rol de buen alumno. Durante años de primaria fui elegido como el mejor alumno, y recuerdaba con rencor a la maestra que no me elegía como tal. La lógica de la competencia ya estaba impregnada.
Tengo memorias de ciertos exabruptos fruto de no poder contene esa frustración que me traía no llegar a la meta y recuerdo como empeoraba la situación cuando la escuela señalaba con el dedo mis momentos impulsivos. Tal vez el más terrible fue el día en el que las cámaras vivieron a la escuela para hacer un video institucional a mis 7 años y el lente me encontró lanzándole un bloque de madera a mi amigo Facundo por la cabeza. La verguenza y la culpa me acompañaron porque lo que siguió de parte de la escuela nunca fue comprensión, sino castigo y represalía.
La escuela siempre significó para mi una selva que me traía lo mejor y lo peor. Lo mejor era la atención del mundo, la interación con otros, las miradas nuevas; pero lo peor era la forma de relacionarnos impuesta con todo aquello, la despiadada carrera al éxito, el ninguneo de quienes no llegaban a la meta, la competencia.
Pero claro, también traía la mirada amorosa. Recuerdo con cariño algunas palabra y ojos de sostén de educadoras que observaban más allá de la apariencia. No eran maestras alternativas, simplemente daban espacio a lo humano en el rol, que siempre para mi fue lo más importante.
La escuela nutre y potencia los desequilibrios y cualidades que ya todos tenemos, a niños y a adultos. Si estamos atentos, podemos sacarle mucho provecho a la experiencia. Yo creo que desde pequeño, estaba observando.